SÁBADO 12: LA ORACIÓN ES TU FUERZA
(Mt 17,14-20)
Por: Nubia Celis, Verbum Dei
¿Epiléptico o endemoniado? El evangelista menciona las dos cosas y según el relato, la situación era extremadamente difícil para los discípulos pues -a pesar de sus esfuerzos- no habían podido hacer nada por el muchacho enfermo, el demonio que le poseía era muy rebelde y demasiado fuerte. Esta es otra de las ocasiones en las que Jesús reprende a sus discípulos, les saca en cara su falta de fe y les advierte sobre la eficacia de la oración: “esta clase de demonios solo se puede expulsar con la oración y el ayuno”.
¿De qué clase de demonios se trata? San Ignacio de Loyola -en las reglas de discernimiento del espíritu- nos dice que la vida espiritual de todo cristiano es continuamente movida por dos espíritus: el bueno y el malo; es decir, en nuestra conciencia y a la hora de tomar decisiones la voz del buen espíritu nos anima a elegir la voluntad de Dios, mientras que la voz del mal espíritu nos confunde y debilita hasta hacer que perdamos nuestra amistad con Dios y con los demás.
¿Somos lo suficientemente ágiles y agudos para detectar esos momentos en los que la tentación o el mal espíritu nos seduce con sus artimañas?
EL MAL ESPÍRITU DE LA FALTA DE ORACIÓN. Yo era una de esas personas que antes de conocer a Jesús decía “estar bien”; de hecho, llegué a pensar que las misioneras exageraban con eso de la oración diaria, el retiro, el silencio… Pero nadie puede valorar lo que no conoce y yo no conocía a Dios. El mal espíritu nos engaña al hacernos pensar que así como estamos, estamos bien; nos quita el apetito por las cosas “de arriba” y nos hace desear los placeres y goces de lo meramente terrenal (cf. Col 3,1).
Pero el engaño más grande es quitarnos del todo el gusto por la oración. Cuando empezamos a aflojar y a dejar “para después” nuestros ratos de oración; cuando no tomamos en cuenta la opinión de Dios y ni siquiera nos planteamos que podamos estar equivocados. Cuando no nos detenemos a revisar nuestras acciones y nos justificamos; o cuando nos escudamos diciendo que somos demasiado indignos y pecadores como para que Dios nos hable.
EL MAL ESPÍRITU DE LA TRISTEZA. Que llevemos a nuestras espaldas los errores cometidos, y estemos siempre revolcándonos en nuestro pasado tortuoso es una de las mejores tácticas del tentador; hacernos pensar que nuestro pecado es tan grande que nunca mereceremos perdón, y hundirnos en la desesperanza, es asegurar su medalla de oro. La tristeza nos debilita y disminuye nuestra autoestima, nos enreda en acusaciones inútiles y nos paraliza haciéndonos pensar que en el futuro nada puede ser mejor.
Si la tristeza me lleva a buscar el consuelo de Dios ¡entonces habré vencido al mal espíritu! La oración es la fuerza, el antídoto, el arma capaz de vencer las peores tentaciones. La fe es decisiva pero la fe se alimenta de la oración, sin oración profunda la fe ni mueve montañas, ni vence batallas, no pasará de ser un sentimiento pasajero o un fervor de momento. 🌷
(Mt 17,14-20)
Por: Nubia Celis, Verbum Dei
¿Epiléptico o endemoniado? El evangelista menciona las dos cosas y según el relato, la situación era extremadamente difícil para los discípulos pues -a pesar de sus esfuerzos- no habían podido hacer nada por el muchacho enfermo, el demonio que le poseía era muy rebelde y demasiado fuerte. Esta es otra de las ocasiones en las que Jesús reprende a sus discípulos, les saca en cara su falta de fe y les advierte sobre la eficacia de la oración: “esta clase de demonios solo se puede expulsar con la oración y el ayuno”.
¿De qué clase de demonios se trata? San Ignacio de Loyola -en las reglas de discernimiento del espíritu- nos dice que la vida espiritual de todo cristiano es continuamente movida por dos espíritus: el bueno y el malo; es decir, en nuestra conciencia y a la hora de tomar decisiones la voz del buen espíritu nos anima a elegir la voluntad de Dios, mientras que la voz del mal espíritu nos confunde y debilita hasta hacer que perdamos nuestra amistad con Dios y con los demás.
¿Somos lo suficientemente ágiles y agudos para detectar esos momentos en los que la tentación o el mal espíritu nos seduce con sus artimañas?
EL MAL ESPÍRITU DE LA FALTA DE ORACIÓN. Yo era una de esas personas que antes de conocer a Jesús decía “estar bien”; de hecho, llegué a pensar que las misioneras exageraban con eso de la oración diaria, el retiro, el silencio… Pero nadie puede valorar lo que no conoce y yo no conocía a Dios. El mal espíritu nos engaña al hacernos pensar que así como estamos, estamos bien; nos quita el apetito por las cosas “de arriba” y nos hace desear los placeres y goces de lo meramente terrenal (cf. Col 3,1).
Pero el engaño más grande es quitarnos del todo el gusto por la oración. Cuando empezamos a aflojar y a dejar “para después” nuestros ratos de oración; cuando no tomamos en cuenta la opinión de Dios y ni siquiera nos planteamos que podamos estar equivocados. Cuando no nos detenemos a revisar nuestras acciones y nos justificamos; o cuando nos escudamos diciendo que somos demasiado indignos y pecadores como para que Dios nos hable.
EL MAL ESPÍRITU DE LA TRISTEZA. Que llevemos a nuestras espaldas los errores cometidos, y estemos siempre revolcándonos en nuestro pasado tortuoso es una de las mejores tácticas del tentador; hacernos pensar que nuestro pecado es tan grande que nunca mereceremos perdón, y hundirnos en la desesperanza, es asegurar su medalla de oro. La tristeza nos debilita y disminuye nuestra autoestima, nos enreda en acusaciones inútiles y nos paraliza haciéndonos pensar que en el futuro nada puede ser mejor.
Si la tristeza me lleva a buscar el consuelo de Dios ¡entonces habré vencido al mal espíritu! La oración es la fuerza, el antídoto, el arma capaz de vencer las peores tentaciones. La fe es decisiva pero la fe se alimenta de la oración, sin oración profunda la fe ni mueve montañas, ni vence batallas, no pasará de ser un sentimiento pasajero o un fervor de momento. 🌷
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